Democracia y autoritarismo

ÓSCAR GODOY ARCAYA

La democracia en Chile tiene una larga trayectoria, cuyo trazado histórico es similar al de los países europeos: sistema representativo, con partidos políticos y una base ciudadana restringida, en el siglo XIX, y democracia representativa y expansión de los derechos y libertades a partir del siglo XX. ¿Cómo pensamos y percibimos hoy a la democracia? ¿Y cómo piensan y perciben hoy los americanos a la democracia? La encuesta Lapop (Universidad de Vanderbilt y Universidad Católica de Chile) publicada ayer domingo nos ofrece algunas respuestas.

El 69,5% de los chilenos piensa que la democracia, a pesar de los problemas que enfrenta, es el mejor los regímenes. Ello contrasta con la aceptación que tiene este régimen en los tres países que lideran el ranking: Canadá (87,2%), Argentina (86,6%) y Uruguay (85,3%).

Chile está acompañado de Brasil y México en un nicho entre el 70 y 68,5%. Y no muy lejos de los países que le dan menos apoyo a la democracia, Paraguay, Guatemala y Honduras.

Pero la pregunta por el «apoyo a la democracia» no es simple, pues incluye dos elementos de cierta complejidad. El primero es situacional, es decir, coloca al interrogado en la perspectiva de un régimen que gobierna en condiciones de adversidad («puede que la democracia tenga problemas»). El segundo es axiológico, porque focaliza la pregunta en el «valor» o «mérito» de la democracia considerada en sí misma («pero es mejor que cualquier otra forma de gobierno»). Se pregunta así por el mérito absoluto de la democracia, teniendo a la vista la experiencia de las dificultades que enfrenta su práctica democrática en el plano de la contingencia.

¿Por qué no estamos entre los primeros del ranking, junto con Uruguay, por ejemplo? En el marco de este artículo, solamente puede proponerse una hipótesis. Siempre habrá personas que prefieran un régimen distinto a la democracia y otras que sólo se limitarán a dar juicios contingentes sobre lo político, basados en los resultados de los gobiernos. Pero también existe un tercer tipo de personas, que guardan la memoria de un régimen autoritario. Cuando esa memoria es enteramente negativa, la balanza se inclina casi sin contrapeso hacia la democracia, pero si el autoritarismo dejó algún patrimonio positivo, a pesar de sus aristas nefastas, las cosas son distintas. Esta memoria, además de explicar adhesiones y lealtades, también da cuenta de una posición escéptica ante la política en general. En este sentido, me parece relevante que Chile, Brasil y México, que son países que han vivido la saga autoritaria, tengan posiciones tan similares en relación con el mérito de la democracia. Y que los países en que el autoritarismo fue absolutamente nefasto, la democracia genere mayor adhesión, como son los casos de Argentina y Uruguay.

La encuesta también pregunta sobre la «preferencia» por la democracia en una perspectiva comparada. En este ejercicio, Chile queda en el puesto 18 sobre 21. El 59,9% de los chilenos prefiere la democracia; al 17,7 % le «da lo mismo» y el 13,6% expresa una eventual preferencia por el autoritarismo. Los chilenos manifestamos una evidente inconsistencia entre el mérito que le atribuimos a la democracia (69,5%) y nuestra preferencia por la democracia (59,9), pues entre ambas hay casi 10 puntos de diferencia. Ocurre algo semejante con Brasil (valor de la democracia, 70,5%; preferencia, 57,8%, y por el autoritarismo, 14,3%). Estos datos hacen verosímil mi hipótesis sobre el peso de los autoritarismos constructivos en la evaluación de la democracia. En este sentido, ¿qué ocurre con México? Los mexicanos son más consistentes en una de las dos variables, porque el valor que le asignan a la democracia coincide con su preferencia por ella (68,5 y 70,2%, respectivamente). Ello no obsta a que estén cercanos a Chile y Brasil en una cierta afección al autoritarismo (11,5%) y es probable que esta afinidad asimétrica se explique por las diferencias entre el autoritarismo militar-tecnocrático de Chile y Brasil y el autoritarismo de «partido único» del pasado mexicano.

El modo como vivimos nuestra democracia pasa por estados distintos. Hoy la satisfacción de su performance, como sistema de gobierno, es del 48,1%. Ello significa claramente que hay un malestar con la eficacia gubernativa y el desempeño de algunas instituciones, como los partidos políticos y el Parlamento. El desafío de la política chilena es estar a la altura de las expectativas que levanta la democracia.